Por FRANCISCO RODRÍGUEZ
A Claudia.
Vencerás a tan maligna enfermedad.
¡Que vivas muchos años más!
Andrés Manuel López Obrador prepara un autogolpe de Estado blando. Lo está fraguando, ante el estancamiento estadístico, primero, y la caída, ahora, de su corcholata presidencial Claudia Sheinbaum.
Mencionar incesantemente las tres palabras –golpe de Estado– se le revierte. El bumerang implacable generado por las actitudes resentidas del régimen, los errores persistentes en política económica, las amenazas nylon contra los charales, el encubrimiento hacia los verdaderos tiburones traidores a la patria, la ignorancia del concepto Estado, los bastonazos de ciego…
… y las contradicciones para sostener mentiras, desviaciones y francos retrocesos producidos por la inoperancia, la incapacidad y el miedo a actuar en beneficio de los sectores vulnerables del país, ha sido exacto, preciso, contundente. El gobiernito se dio a sí mismo el Golpe Blando.
No hubo necesidad de mayores intervenciones de los llamados “enemigos de la Cuarta Transformación”. Ellos se pusieron y cayeron redonditos en su propio cepo. Como un cazador furtivo cuando se prensa en la trampa del oso.
Se confirmó la acepción popular de que duele más el golpe en los bolsillos, que en los cojones. El Golpe Blando ha sido dado. Falta lo que sigue. Y como hay que llamarles a las cosas por su nombre, sólo falta ponerle el apellido. Es inminente la rectificación de todos los errores, pero no vendrá de la Cuarta Transformación.
El escenario está puesto. Sólo faltaban los actores y parece que ya están aquí, en los entretelones, listos para entrar a escena. El guion ha sido aprobado, la orquesta ya tocó la introducción, los apuntadores ya casi ni hacen falta. El público en silencio. Tercera llamada. ¡Tercera!
Como si fuera el mensaje final –esperemos que no sea pliego de mortaja– Porfirio Muñoz Ledo lo relató paso a paso. El Comandante Supremo faltó a sus deberes constitucionales, las Fuerzas Armadas fueron humilladas, el Estado abdicó, los burros andan sin mecate.
Porque un gobierno que representaba a 30 millones cuya esperanza era el cambio –y que hoy ha sido abandonado por el setenta por ciento de sus electores– no puede enfrentar tamañas contradicciones. Hasta el general secretario, Crescencio Sandoval ya dijo alguna vez que se tomarán medidas drásticas en caso de que la inseguridad se agrave en México.
Y si los altos mandos enfrentan, desde lo institucional, a un grupo de halcones que podrían llevar a México al caos y a un verdadero Estado fallido, sugiriendo posiciones más extremas que las que nacen de las ofensas en Lomas de Sotelo –donde se ubica la Secretaría de la Defensa Nacional–, quiere decir que hasta ellos mismos quieren conservar la chamba.
A costa de lo que sea. El Ejército, otrora sumiso al mando civil experto, hoy no ve salida alguna. Sabe que el país naufraga. Quieren el timón, antes de que se sufra un motín a bordo y las cosas se les compliquen. Resultado: la solución eficaz, según ellos, lo insinuó Muñoz Ledo, es el Golpe Silencioso. Algo que, si es posible, no se sepa. ¡Shhhhh!
El gorilato quiere volver por sus fueros
Han llegado las horas de los hornos. Como las condiciones financieras ni las órdenes del exterior están dadas, faltaba la iniciativa verde olivo, aunque el nuestro sea el tradicional Ejército de paz de los discursos en el Campo Marte. Bastantes habilidades han mostrado en el curso de la historia para los golpes y los cuartelazos.
Y no tenemos por qué llamarnos a sorprendidos. El gorilato del pasado reciente fue un cuartelazo de más de medio siglo. Todavía recordamos la noche que empezó: Fue el 27 de agosto de 1968. A las generaciones jóvenes vale recordarles que en esa aciaga noche el Ejército tomó el control de Ciudad de México.
Que los desacuerdos en la cima del poder y las diferencias de matiz con los halcones de Washington llevaron a Fulton Freeman, embajador gringo, a llamar a cuentas a Marcelino García Barragán, para reprocharle que no hubiera ultimado a los estudiantes en el Zócalo, y ofrecerle en charola la Presidencia del país, previo Golpe de Estado.
Poseído por el pánico, el general secretario fue de inmediato a Los Pinos a contarle lo sucedido a Gustavo Díaz Ordaz, de cuya boca sólo salieron peores invectivas y amenazas, recordándole todos los favores que el divisionario jalisciense le debía al sistema. García Barragán nunca se repuso de la mala decisión tomada.
Pero heredó a sus descendientes –Omar García Harfuch, entre otros–una fantasía colectiva de guirnaldas, lauros, medallas y olivos, que nunca terminaron. Para rematar la inconsecuencia, siguió una cauda de ataques, mazmorras, torturas y prisiones sin paralelo en los cuerpos y las integridades de los grandes luchadores sociales.
Y en cuya memoria, los descendientes partidistas de esa oposición contestataria, los morenistas, querámoslo o no, escenifican hoy la peor parte de la tragedia: ser víctimas de su ignorancia.
El fascismo, lo único que ya les queda
Ellos son los que han propinado al país el Golpe Blando y el posible e inminente Golpe Silencioso, el que jamás se atreverá a decir su nombre, pero del que ya sabemos que se afinca en el orden y la disciplina a como dé lugar, antes de que salgan perdiendo hasta el apellido.
Y vallamos olvidando el sueño de una noche de verano de la Cuarta Transformación. Las democracias formales y sus instituciones ya no serán vistas como amenazas, sino que serán el instrumento perfecto para legitimar la usurpación del Estado. La suerte puede estar echada, no hay marcha atrás.
El fascismo, la solución terminal, ya es lo único que queda. Asomará con rostros indelebles para torcer o componer, quien lo sabe, el asalto al poder.
En eso acabará la fallida Cuarta Transformación: en el Golpe Silencioso, ese caníbal perpetrado desde las cavernas de la incompetencia y desde los dislates trágicos.
El pretexto caído del cielo para que AMLO a través de su corcholata se mantenga en el poder es a base de macanas y cachiporras. Un insulto a la conciencia de los mexicanos, un golpe de Estado administrativo y judicial que no tiene perdón.
¡Ya ha sido demasiada sangre! ¿No cree usted?
Indicios
Al casi iniciar el séptimo inning, como narran los expertos del micrófono beisbolero, están en el diamante dos novenas de miedo: las huestes de Xóchitl Gálvez, dirigidas por un coach colmilludo y veterano al que nunca le han descubierto las señales que manda desde el dugout, frente a los toleteros del golpe blando, sobrados e insaciables. Todos los arreglos ya se hicieron durante los entrenamientos. En el primer equipo ha habido nuevas contrataciones que aún no enseñan su poderío. En el segundo, sujetos probados en 36 años de bregar en favor de todos los vientos favorables y de fronda. En su cuarto de guerra, reconocidos profesionales de la pelota bajita, la que hace daño. El estadio lleno a reventar. Las localidades se agotaron desde hace un año. El público, exigente, sigue pidiendo home run por algún recodo, pero no llega, y muchos quieren la devolución de sus entradas. Los hinchas ya se cansaron de que ponchen a los bateadores de la 4T. Faltan un inning y no se ha visto de qué están hechos. El respetable creía, desde antes del match que sus favoritos en quinielas macaneaban de ‘400. Ahora se desesperan porque se han ido en blanco, mientras que los de enfrente se están ganando al público, sin enseñar gran cosa. Algunos gritos aislados en la tribuna de sol han expresado que son una batea de mondongo. Hace falta un pelotero estelar, aunque sea uno solo. * * * Por hoy es todo. Reconozco que haya leído este Índice Político. Y le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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