Este domingo 21 de enero se cumplen ocho dias del asesinato de Samantha Carolina Gómez Fonseca, integrante de la comunidad LGBTTTI, seudo abogada, doctora y defensora de los derechos humanos,quien fue ejecutada a balazos minutos después de que había ido a visitar a su “esposo” Daniel Talavera alias “El Carnes”, un interno del Reclusorio Preventivo Varonil Sur.
Durante ese lapso, comenzaron a salir más detalles sobre su oscuro pasado y de sus actividades ilíctas que realizaba con la protección de su pareja sentimental y de Aldo Bruno Aragón Sánchez, quien se desempeña como Director Ejecutivo de Seguridad Penitenciaria, en el sistema carcelario de la Ciudad de México y que ahora es el único beneficiado con la muerte de Samantha Carolina, pues se quedó con la “concesión” de la renta de los teléfonos celulares en dos penales capitalinos.
Para que se den una idea de la cantidad de dinero que se mueve en ese rubro, tan solo en el Reclusorio Sur hay 3 mil celulares rentados a reos por 800 pesos semanales. Si le echamos lápiz, resulta que durante ese lapso, Gómez Fonseca recababa 2 millones 400 mil pesos, lo que equivale mensualmente a 9 millones 600 mil pesos. Ahora, toda esa “lana” es para Aldo Bruno y no salpica a su jefe inmediato, Omar Reyes Colmenares, Subsecretario del Sistema Penitenciario capitalino, a quien engañó diciendole que tras la muerte de Samantha, todos los aparatos telefónicos fueron “confiscados”.
Pero resulta mis estimados y fieles lectores que “La Samantha” no solo cobraba en dicho penal las rentas de los celulares junto con los amparos, las ubicaciones, reubicaciones de reos, el impedimento de traslados a penales federales, el abastecimiento de mercancía para las tiendas, la venta de cigarros y el cobro de visitas íntimas.
Pues fíjense ustedes que la hoy difunta hacía lo mismo en el Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla, ubicado en la alcaldía Iztapalapa, pero en ese lugar tuvo problemas en reiteradas ocasiones con varios custodios, toda vez que no la dejaban entrar con los celulares que pretendía ingresar para rentarlos entre las internas y tampoco la dejaban salir con maletas repletas de dinero en efectivo, producto de lo que había recabado.
Ante esa situación, seis guardianes de ese penal. por desempeñar adecuadamente su trabajo, provocaron que Samantha Carolina recurriera a su gran amiga, la agente del Ministerio Público Helena Hortensia Corona Anaya, quien trabaja en la Fiscalía Desconcentrada de Investigación en Agencias de Investigación Especializada a Turistas e Indígenas, para denunciarlos por los delitos de amenazas y discriminación.
La demanda prosperó aunque carecía de sustento y los presuntos responsables fueron encarcelados durante 36 horas mientras se realizaban las investigaciones correspondientes y cuando cumplieron su arresto, quedaron libres; pero la autoridad les hizo de su conocimiento que estaban por enfrentar una vinculación a proceso en libertad, pero como eran servidores públicos, corrían el riesgo de quedar presos y así los “silenciaron”, es decir, los amedrentaron para que dejaran trabajar a gusto a “La Samantha”.
Cabe señalar que a través de un chat, esos custodios del penal femenil de Santa Matrha Acatitla, fueron advertidos por sus compañeros para que no denunciaran el hecho, toda vez que se iban a meter en problemas muy serios y así sucedió. Ese grupo se guardianes anda en desesperada búsqueda de una tribuna periodística para difundir la situación, pero ante su falta de seriedad en el asunto, nadie, absolutamente nadie les hace eco.
A sus 19 años, se fue a vivir en unión libre con su novio. En 2006, Samantha Carolina Gómez Fonseca comenzó una relación con un joven un poco mayor que ella, moreno y alto, a quien conoció en el Crazy Bar, en la Zona Rosa, donde él trabajaba como mesero. Sólo fueron necesarios unos cuantos días para que los novios pasaran al siguiente nivel y se fueran a vivir juntos a la casa en el Ajusco de los papás de A.F. –como en su momento, pidió Samantha mencionar a su expareja para guardar su anonimato–.
El aspecto varonil de A.F. atraía tanto a chicas transexuales como a gays. “Lo que sea de cada quien estaba bien guapo”, dice Samantha, quien explica que ese fue el motivo por el que E.M. –de quien también solicita ocultar su identidad–, un joven homosexual que frecuentaba los antros gays, se mostrara sumamente atraído por su novio, al grado de invadir el terreno prohibido.
No fue intencional, pero coincidieron. Una noche de fiesta, A.F. y Samantha se encontraron a E.M de quien ella ya tenía el antecedente que había conseguido el teléfono celular de su pareja y lo estaba acosando. No fue nada difícil que los rivales comenzaran a discutir en la calle. Ya con los ánimos exacerbados E.M. le soltó una bofetada a Samantha, quien al momento de regresarla provocó que su contrincante cayera sobre una jardinera y se raspara la cara por completo. La sangre no tardó en hacer su aparición. En cuanto el herido se incorporó buscó una patrulla y fue junto con la policía a buscar a Samantha para acusarla de agresión y robo.
“Yo le decía a E.M. que me demostrara que le había robado su cartera, que me lo comprobara, pero no pudo porque no era cierto”, narra Samantha con la misma desesperación que el día de la escena. La policía la detuvo y fue trasladada al Ministerio Público número 5, ubicado en la colonia Santa María la Rivera. La presunta culpable estuvo detenida en uno de los separos y a los tres días del percance la llevaron al Reclusorio Preventivo Varonil Norte. “Nunca me dejaron hablar con un abogado”, dice Samantha, quien recuerda que durante el trayecto a la cárcel los judiciales que la trasladaban le recomendaron llorar todo lo que quisiera, pues si lo hacía en el reclusorio los internos “se la iban a comer viva”.
Puso el primer pie en la cárcel vestida con pants azul marino. Los empleados del Ministerio Público le habían llamado al tío de Samantha para pedirle que le llevara ropa cómoda pues no podía ingresar al reclusorio con el traje sastre y tacones de mujer con los que fue arrestada. El ingreso de Gómez Fonseca fue a las 5:30 de la mañana del 03 de octubre de 2007.
El primer retén que le tocó cruzar fue la aduana, donde los empleados del reclusorio le pidieron que se desvistiera para revisarla. “Me quitaron mi ropa interior de mujer, mis calcetines, las agujetas, la playera pegadita que traía. No podía meter nada que fuera de mujer. Casi me desmayo. Primero por la pena de que los de seguridad me vieran desnuda y luego del miedo de que me fueran a pegar o a violar”.
De ahí la pasaron a un pequeño patio con reflectores, donde los judiciales iban seleccionando a los que van llegando. Posteriormente ingresó al médico legista para ver en qué condiciones de salud llegaba. Poco tiempo después trasladaron a Samantha a las celdas, pero como estaban saturadas se quedó en el pasillo, parada, de puntitas, con el fin de no tocar a nadie para que no le echaran pleito. La lista de los presos se pasaba a las 6:00 am.
En ese reducido espacio estaban todos amontonados. Algunos presos se encontraban colgados de las rejas, amarrados, durmiendo. De repente uno, sin querer, le pegó a otro y empezaron a golpearse entre ellos hasta casi matarse. La ley del más fuerte le daba la bienvenida a la nueva habitante de uno de los sitios que alberga a los hombres más peligrosos del país.
“Ya llegó La Yuri” le gritaban en su cara a todo pulmón los reos a Samantha. La joven, de 20 años, para entonces ya había comenzado su proceso de cambio de género de hombre a mujer por lo que traía el pelo largo pintado de rubio platinado y, dado que desde los 17 años inició su tratamiento hormonal, lo senos le habían crecido. De igual forma se había dejado las uñas largas. Traía puestos sus pupilentes verdes y su cuerpo, por completo, estaba depilado.
Dos policías eran los encargados de pasar la lista de la mañana. Conforme los reos escuchaban su nombre tenían que decir “presente” y debían sentarse en el piso. Al que no contestaba le daban pamba entre todos, con todas sus fuerzas. En cuanto el policía dijo un nombre de hombre y los apellidos Gómez Fonseca, Samantha contestó y se sentó. El patio completo se burlaba de la mujer que estaba atrapada en otro cuerpo. “Pinche putito” le dijo, entre dientes, uno de los guardias.
Quería pasar desapercibida. Mientras se dirigía rumbo a su celda, Samantha se encorvaba para que no se le marcaran sus pequeños senos. Se acomodó el pelo de tal forma que pareciera que lo traía corto. Se sacó la playera para que le cubriera los glúteos que ya habían adquirido una silueta femenina. Pero de nada sirvió. A su paso por los demás dormitorios a la rubia se le vino encima una avalancha de chiflidos.
No acababa de llegar a su “cuarto” cuando un prisionero salió de su celda y le gritó a otro que le subiera a la güerita. En cuanto se abrieron las cortinas colgadas en las rejas del solicitante, Samantha contó cinco hombres en el interior. Todos sonreían al unísono con mirada lasciva y festejaban la llegada de “La Yuri” –como le habían apodado en la cárcel a Samantha–, al mismo tiempo que se frotaban con la mano sus miembros sobre el pantalón.
Era lo más cercano que tenían a una mujer biológica, así que luego de un par de preguntas (¿cómo te llamas? y ¿por qué estás aquí?), el prisionero que la había mandado a traer sin más preámbulo le pidió a Samantha que se soltara el pelo y que se hincara para hacerle sexo oral. Luego, “la nueva” tuvo que repetir la escena con cada uno de los integrantes del grupo. No tenía otra opción. Esa es una de las muchas reglas no escritas que deben cumplir los gays y transexuales inmediatamente después de que ponen un pie en la cárcel de hombres.
“Afortunadamente estaban guapos. Chacalones, pero guapos” comenta Samantha como sintiéndose un tanto afortunada, “además yo creo que les gustó mi trabajo porque luego me regalaron unos tenis y me dijeron que me iban a adoptar para que me quedara en su camarote”. Si a eso se le puede llamar suerte, Samantha la tenía de su lado. Sus nuevos protectores habían decidido a partir de ese momento sobre el futuro de esta transexual durante el tiempo que permaneciera en la cárcel: ellos le brindarían seguridad y ella, a cambio, los complacería con todo tipo de favores sexuales.
De los primeros beneficios que Samantha recibió por parte de sus patrocinadores fue que le dieron dinero para que se pudiera bañar. Pues a pesar de que cada celda tiene su regadera y excusado, para poder darse un regaderazo con agua caliente tenía que hacerlo en los baños comunales donde debía pagar cinco pesos por unos cuantos minutos bajo el chorro pero, sobre todo, podría cubrir su regadera con una cortina de plástico. De no ser así, esta chica trans lo hubiera tenido que hacer a la vista del resto de los prisioneros, con una manguera de agua fría.
“Esa noche tuve que dejarme con ellos, pero me convino porque cené arrachera y me advirtieron de que no comiera ‘rancho’, como le llaman a la comida que dan en la cárcel que saca granos, produce diarrea y a veces hasta tenía vidrios. La verdad yo creo que no me fue tan mal. Me sentía como la mujer de la casa, sólo que con 15 maridos”.
No la tuvo fácil. En el tiempo que Samantha estuvo recluida las que verdaderamente le hicieron la vida de cuadritos fueron las otras transexuales que habitaban en el reclusorio. La envidia por la que tiene el mejor cuerpo, las más variadas pinturas para maquillarse, el mejor tinte del pelo e incluso, los maridos más guapos, producía fuertes peleas entre ellas que sacaba lo peor de su lado masculino.
“Te vas a morir” fue una de las varias notas que Fonseca recibía diariamente a través de mensajeros. Una mañana “La Yuri” salió de su celda rumbo al baño comunal de agua caliente. Mientras hacía espuma en su cabeza con el champú, le abrió la cortina otra trans, de nombre Daniela, quien le empezó a echar pleito por, supuestamente, haberle estado coqueteando a su hombre. Samantha respondió a la agresión y comenzaron a golpearse. Daniela traía una navaja y quería picarla, como podía, Samantha la esquivaba. El piso estaba mojado y los fuertes jalones de pelos hicieron que cayeran y en el forcejeo Daniela alcanzó a hacerle unas heridas en el tobillo y en la rodilla; se pueden ver las cicatrices hasta la fecha.
Por eso no era extraño que cada que los custodios le decían a Fonseca que ya la iban a pasar a la celda que le correspondía, ella lloraba con verdadera desesperación. En el Reclusorio Norte hay un anexo de dormitorio destinado especialmente para la comunidad gay, transexual, travesti y transgénero con el objetivo de que no sean violados sus derechos humanos. Sin embargo, esto se vuelve un decálogo de buenas intenciones, pues durante todo el día los hombres que han decidido transformar su cuerpo por el de una mujer tienen que convivir con el resto de los delincuentes con quienes comparten el comedor, los espacios recreativos y, sobre todo, las regaderas.
Contrario a lo que pareciera, para un transexual cohabitar con sus similares era lo peor que le podía pasar. Ese dormitorio es de los más violentos. Samantha explica que esto se debe a que la mayoría de los transexuales viven una situación personal que al principio no saben cómo enfrentar, no saben si son hombres o mujeres, viven pensando en qué les va a permitir la sociedad, qué les va a permitir su familia. “Crecen con esto y si tuvieron acceso a educación, que bueno, sino hay que aumentarle la ignorancia”.
Dijo Gómez Fonseca que finalmente cuando un hombre supera todos esos conflictos y decide convertirse en transexual inmediatamente se enfrenta a la discriminación, insultos, agresiones e incluso, violaciones. Cuando empiezan su proceso hormonal, sus familias los corren de su casa. Por si no bastara su mercado de trabajo se limita a tres rubros: estilistas, haciendo show de travestis que imitan a las grandes divas y trabajo sexual. “Es una vida muy difícil y eso genera que la sociedad haga violenta a un integrante de la comunidad”.
La mañana que Samantha estaba empacando sus cosas para cambiarse de dormitorio con las otras chicas trans “al verdadero infierno de la cárcel”, los custodios le dijeron que tenía que presentarse en el juzgado. Ese mismo día le comunicaron que, luego de dos semanas tras las rejas, quedaba en libertad por falta de elementos. A la salida del reclusorio la esperaba su mamá, llorando.
“Ahí adentro me di cuenta que de 10 personas con las que platicaba al día, solamente dos eran culpables. Hubo un chavo que me dijo que sus gemelos nacieron un día antes de que lo detuvieran, que él había salido del hospital por algo a la calle y lo agarraron unos judiciales acusándolo de haberse robado dos coches. Le dieron 20 años de cárcel. También estaban los que aceptaban su culpa y cuando se acordaban de su delito hasta les daba gusto”.
Una rigurosa dieta la ayudó a recuperar el cuerpo perdido en el reclusorio. Samantha empezó a trabajar como goga (bailarina) en antros gay. Si bien es cierto que no vivía para vengarse de la persona que la había llevado a la cárcel, no estaba dispuesta a que esa injusticia quedara impune. Casi todo lo que ganaba lo ahorraba con el fin de poder pagar a los abogados que le ayudaran a demandar a la persona que de mala fe la había acusado de robo.
El destino la llevó a conocer al abogado Jaime López Vela, quien ya dirigía su organización civil llamada Agenda LGBT. Cuando Samantha le platicó su caso, él le ayudó a que fuera canalizado a la Cámara de Diputados para que revisaran su expediente con el fin de detectar las irregularidades de su aprensión y poder contrademandar a E.M.
Sin embargo, en ese 2009, la vida le tenía preparado otro trago amargo: su mamá falleció víctima de cáncer. “Dos días antes de que se me muriera mi Carolina le dije que no se me fuera, que no me dejara sola. En la cama del hospital ella me respondió que ya se podía ir tranquila, porque me dejaba confiada de que iba a salir adelante, porque ya había desafiado a todo el mundo por lograr lo que en verdad quería ser, una mujer”. Al día siguiente miss Carolina, la profesora de inglés que sacó adelante como madre soltera a su único hijo –ahora convertido en mujer–, entró en coma, ya no logró vencer esta batalla. “Mi mamita falleció en mis brazos”.
No pudo soportarlo. Samantha se sumergió en una fuerte depresión al grado de querer quitarse la vida. En un momento de inconsciencia agarró su coche y se fue a estrellar contra un tráiler. Tenía muy claro que quería morirse, pero, por lo visto, esta decisión no le correspondía tomarla a ella. Aunque el auto fue pérdida total, Fonseca sobrevivió y sólo se le zafó un brazo.
“Hasta que vi de cerca mi propia muerte me reencontré con la vida”, dice Samantha, quien revela que debido a que su mamá estaba muy orgullosa de la mujer en que se había convertido, con el dinero que le heredó se hizo la operación de implante de senos. “Ella me había advertido que no malgastara lo que me iba a dejar, que lo invirtiera, y pues yo dije: no hay mejor inversión que mis bubbies”.
Se apagó la flama de la venganza. Samantha ya no quiso proceder legalmente contra quien la había llevado a la cárcel. Carolina, antes de morir le había pedido a su hija que dejara eso por la paz. La muerte de su mamá le permitió ver la vida desde otra perspectiva aunque hay que reconocer que sus “dos nuevas adquisiciones” también habían contribuido en el inicio de una nueva etapa de su felicidad.
Poco tiempo después se reencontró con Jaime López Vela. Samantha lo puso al día con el más reciente vía crucis por el que había pasado. Era julio de 2009 y Jaime le pidió que se fuera a trabajar con él, pues entonces era candidato a una diputación por el Partido del Trabajo (PT) y en esa época impulsó la creación de la Comisión Nacional de Diversidad Sexual y Equidad de Género. Samantha aceptó de inmediato, la convenció la idea de que desde ahí iba a poder ayudar a otras transexuales en temas de salud, derechos humanos, seguridad, etc.
“Podría decir que en ese momento inició mi trayectoria política”. Samantha comenzó a entrar a todas las reuniones de Jaime en el PT y en las de Agenda LGBT. Tuvo que comenzar a prepararse de manera autodidacta, leyendo los periódicos, estudiando la Constitución, documentándose con libros de Derecho. La ahora activista primero empezó como representante transexual del Distrito Federal en la organización Agenda LGBT. Poco tiempo después se quedó como coordinadora del área Travesti, Transexual y Transgénero en la misma asociación.
Su ascenso se tornó vertiginoso. En medio año, Samantha ya se había convertido en la coordinadora de la Brigada de la Diversidad Sexual y Equidad de Género del Distrito 13 y 14. Luego tuvo el mismo cargo por el Distrito Federal y en julio la asignaron como coordinadora de la Comisión de Diversidad Sexual y Equidad de Género del Distrito Federal. De septiembre de 2010 a la fecha, a sus 24 años, preside a nivel nacional la misma Comisión. Pero va por más. Fonseca ya está en pláticas con su partido para postularse por una candidatura como diputada. De lograrlo, se convertiría en la primera funcionaria pública transexual en México.
Eso sí. A cuatro años de distancia de la cárcel Samantha C. G. Fonseca aseguró que tenía su agenda muy bien definida: “Mi lucha es para que no vuelva a haber otras transexuales inocentes en el reclusorio”. Y es que a decir de la activista, uno de los más graves problemas a los que se enfrentan las mujeres trans que se dedican al trabajo sexual es a la transfobia de sus clientes, de policías, de ministerios públicos, de la sociedad en general.
“El trabajo sexual no está peleado con el buen comportamiento ante la sociedad. Desgraciadamente por culpa de algunas, a todas las transexuales que se dedican a esto las tachan de rateras y esto es completamente falso. Como en el Distrito Federal el robo es un delito que se sigue de oficio, ya cualquier cliente insatisfecho las acusa que le robaron la cartera y aunque no se las encuentren, se van al reclusorio consignadas. Ante eso hemos intercedido por ellas y trabajando en conjunto con la Comisión Nacional de Derechos humanos, con la PGJ, con la consejera jurídica y con el Tribunal Superior de Justicia, todos aportamos algo para que esos casos sean visualizados y obtengamos la liberación de estas transexuales”.
Pero este es sólo uno de sus múltiples sueños. Samantha, quien actualmente está soltera, también se toma tiempo para ir en búsqueda del amor. “¿Que dónde me veo en cinco años? –suspira antes de contestar la pregunta–, híjole pues yo me veo casada. Desde chiquita me he soñado toda de blanco con mi vestido de novia. Quisiera que mi esposo y yo adoptáramos dos bebés y formáramos esa familia que yo no tuve y que daría todo por llegar a tener”.
Años después, comenzó a inmiscuirse en el ámbito político, se fotografió con las cabezas de la 4T como Andrés Manuel López Obrador, Claudia Sheinbaum Pardo, Martí Batres Guadarrama, Ricardo Monreal Ávila, Adán Augusto López Hernández y Omar García Harfuch, a quien consideró como su “amor platónico” y según ella, también era su “padrino político”.
Por lo visto, tuvo una vida difícil y quiso ser senadora por Morena, se inscribió para obtener la precandidatura a ese puesto de elección popular en junio 2024, pero el karma la alcanzó y a sus 37 años no la dejó que cumpliera ninguno de sus sueños. ¡Imagínense ustedes si hubiera obtenido una curul!.
Desde el pasado martes 16 de enero fue sepultada en el Panteón Jardines del Recuerdo. Hasta aquí doy por teminado definitivamente el tema de “La Samantha”, quien ya no se puede defender. El resto le toca Dios y a la sociedad….¡¡¡¡¡SEGUIREMOS INFORMANDO!!!!
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